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lunes, 15 de octubre de 2018

Botella al mar


Botella al mar

Eché una botella al mar con una canción urgente dedicada a veinte piratas desesperados. Después me senté en la arena a mirar como naufragaba meciéndose entre las olas con rumbo desconocido. Acto seguido, me fui de allí arrastrando las mil soledades que cargo en el alma a cuenta de todos los olvidos posibles y los amores fallidos.
Un día de noviembre mientras arriaba las velas de mis fracasos, se apareció Neptuno con sus tritones cantando mis versos apócrifos, acompañado de un coro de impúdicas, soberbias y desvergonzadas sirenas que me apuntaban el corazón con el pezón de sus tetas.








“El Campo”
¿En donde es que queda “El Campo?- pregunté inútilmente a los tíos y a los abuelos del mundo, que en ese momento recibían alborotados a la madre de todas las abuelas, que entonces llegaba cargada con todos los frutos de los árboles del bien y del mal que pueden caber en dos canastas de mimbre y que al parecer brotaban sin cesar del jardín del Edén en donde estaba el origen de todos los tiempos.
Volví a preguntar: ¿Alguien sabe el camino para llegar al lugar primigenio que llaman “El Campo?- Entonces de alguna parte cayó una frase indescifrable; “La punta,camino a Codegua”- que yo recogí con la punta de la incertidumbre para anotar en una libreta invisible, a la espera de la invención de la escritura.
Seguí preguntando por los siglos de los siglos en donde quedaba “El Campo”. Viajé por la mitad del mundo con el mapa indeleble que dibujé siendo niño, desde Arkham a Macondo y de Camelot a Minas Tirith, tan solo para descubrir que “El Campo” existía apenas en la imaginación de mis recuerdos, a mitad de camino entre el Wallmapu y las vascongadas desde donde se llega a La punta camino a Codegua.