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Cuentos

Piskalala

Hace 500 años, un niño caminó miles de kilómetros desde las cercanías de Cuzco hasta la provincia del; “Chiri llajta” (actual santiago de Chile) para encontrar su muerte. Esta es la historia de “Piskalala” el principito Inca, según la imaginé al ver su inocencia dormida en un sueño secular, para dar testimonio de la crueldad y de la superstición del hombre.

Piskalala correteaba cerca de su casa cuando llegó el Chaski, portando un manojo de “quipus”(mensaje en forma de nudos) y la palabra clave para descifrarlo.
Alguna mala cosecha, una sequía prolongada o la muerte del soberano demandaban un sacrificio, reunidos los curacas en el “curicancha” (recinto del oro), decidieron enviar al hijo de un dignatario a la más lejana provincia para aplacar la ira de los “Apus” (dioses de las montañas) y restaurar así el equilibrio del imperio. Se organizaron ceremonias y fiestas en honor del elegido que a sus 8 años apenas pasaba de ser “guagüita” a “piskalala”. Arrebatado de los brazos de su madre, bajo desde las alturas rodeado de un impresionante séquito, una caravana de llamas y decenas de mujeres para atender al niño. La parte más dura debió ser el cruce de las interminables pampas desérticas del “Atacama”, que se extiende a lo largo de 1500 kilómetros cortado apenas por algunos oasis y quebradas. 
Debió caminar durante meses para llegar a las frías tierras acosadas continuamente por salvajes conocidos como “Awkas” (guerreros). Tras una corta estancia en algún tambo del valle del Mapocho, el cortejo inició el ascenso a la montaña sagrada para concluir su macabro ritual entre unas “pircas” (apilamiento de piedras) para depositar al niño adormecido por la coca y la chicha, vestido como un príncipe, rodeado de enseres y estatuillas para acompañarlo en su viaje al mundo de los espíritus, en donde durmió 5 siglos para despertar al mundo y contarnos su triste historia y sacarme del alma una lagrima.
Foto: PiskalalaHace 500 años, un niño caminó miles de kilómetros desde las cercanías de Cuzco hasta la provincia del; “Chiri llajta” (actual santiago de Chile) para encontrar su muerte. Esta es la historia de “Piskalala” el principito Inca, según la imaginé  al ver su inocencia dormida en un sueño secular, para dar testimonio de la crueldad y de la superstición del hombre. Piskalala correteaba cerca de su casa cuando llegó el Chaski, portando un manojo de “quipus”(mensaje en forma de nudos) y la palabra clave para descifrarlo.  Alguna mala cosecha, una sequía prolongada o la muerte del soberano demandaban un sacrificio, reunidos los curacas en el “curicancha” (recinto del oro), decidieron enviar al hijo de un dignatario a la más lejana provincia para aplacar la ira de los “Apus” (dioses de las montañas) y restaurar así el equilibrio del imperio. Se organizaron ceremonias y fiestas en honor del elegido que a sus 8 años apenas pasaba de ser “guagüita” a “piskalala”.  Arrebatado de los brazos de su madre, bajo desde las alturas rodeado de un impresionante séquito, una caravana de llamas y decenas de mujeres para atender al niño.  La parte más dura debió ser el cruce de las interminables pampas desérticas del “Atacama”, que se extiende a lo largo de 1500 kilómetros cortado apenas por algunos oasis y quebradas.  Debió caminar durante meses para llegar a las frías tierras acosadas continuamente por salvajes conocidos como “Awkas” (guerreros).  Tras una corta estancia en algún tambo del valle del Mapocho, el cortejo inició el ascenso a la montaña sagrada para concluir su macabro ritual entre unas “pircas” (apilamiento de piedras) para depositar al niño adormecido por la coca y la chicha, vestido como un príncipe, rodeado de enseres y  estatuillas para acompañarlo en su viaje al mundo de los espíritus, en donde durmió 5 siglos para despertar al mundo y contarnos su triste historia y sacarme del alma una lagrima por “Piskalala”.



El silbador

Nunca olvidaré la tarde en que lo conocí. Malvendía o regalaba sus dones haciendo equilibrio sobre el canto de una moneda, nadie sabía su nombre, solo se que le decían “El silbador”.
Sentado en un pequeño taburete hinchaba enormes pompas de jabón, acto seguido, silbaba una melodía multicolor para introducirla luego en la sutil esfera en donde rebotaba temblando para salir cantando tras una silenciosa explosión. Su mágico estilo solía provocar diferentes reacciones entre los espectadores que a veces se contaban por cientos, en ocasiones, cuando el lo estimaba conveniente, hacia una pompa de pequeñas dimensiones e introducía en ellas singulares silbidos que dirigía con su voluntad sobre la cabeza de algunos de los espectadores y sorprendentemente estas al explotar, salían silbando la melodía preferida de los elegidos. Hay quienes veían en esto el don de la telepatía, otros opinaban que era intuición sobrenatural. El silbador jamás negaba o afirmaba nada, tan solo sonreía y meneaba la cabeza en silencio pues el sabía que los gritos de jubilo, los vítores y las felicitaciones, nunca se traducirían en un aumento de las escasas monedas en la recaudación de su sombrero.
Tarea difícil es describir la normalidad en un mundo condenadamente anormal pero lo intentaremos.
La mayoría de los asistentes a las virtuosas exhibiciones del silbador eran gente “normal”, con una timidez promedio, una sensibilidad promedio y una generosidad promedio. Los menos normales podríamos clasificarlos en:
Iluminados; los iluminados, solían dar descabellados consejos sobre esto, lo otro y las mil maneras de mejorar su arte.
Fervorosos; estos hacían piruetas y daban saltos extasiados ante las magnificas exhibiciones del silbador
Psico religiosos; los psico-religiosos veían en el, señales celestiales, aunque nunca se aclaraban si eran de índole espacial o ultraterrenal.
Practicosimplones; este es el grupo menos interesante ya que, se limitaban a sugerirle que pensara en el futuro y se buscara un trabajo decente.
Intelectuales; los intelectuales hacían conjeturas sobre la sonrisa ecléctica y críptica que el silbador solía esbozar, en tanto los Hipersensibles, se estremecían entre súbitos orgasmos y lisérgicas alucinaciones
Claro está que existían otros grupos de admiradores para los cuales no existe clasificación y no los he mencionado pues sería agotador introducirme en vericuetos dialécticos para los cuales no poseo manual de instrucciones.
Todo parecía funcionar de manera aceitada en el universo del silbador hasta que apareció el ser mas normal y anormal a la vez, se trataba del “Precipitador”.
Un día apareció de traje “impecable” y reluciente, un maletín en la mano y su pose de dignatario. La gente se apartó a su paso y nadie se situó a menos de un metro de su señorial presencia, una vez concluida la magnifica exhibición del silbador, se hizo un silencio como jamás se oyó, todo el mundo se quedó mudo, paralizado, esta vez no hubo aplausos ni vítores. La concurrencia observaba a ambos especímenes humanos como si se tratase de dos contendientes, el silbador y el precipitador frente a frente y todos esperando que ocurriera algo pero el silencio continuó por un largo rato. Entonces el impecable se aclaró la garganta, miró a ambos lados y con actitud grandilocuente, como si se tratara de su espectáculo dijo: Estimado y virtuoso amigo silbador, ¿no ha pensado usted en ampliar su espectáculo de manera más ambiciosa?, el precipitador hizo una pausa decorosa y oportuna para dejar lugar a una eventual respuesta pero ante la solvente sonrisa del silbador continuó con su exposición. Como le decía, si usted quisiera yo podría llevarlo a la cima del mundo, darlo a conocer y reservarle un lugar en el olimpo de los grandes, una propuesta harto beneficiosa para ambos, para usted el 10 % deducible de impuestos, dinero con el cual no tendría usted que volver a preocuparse por la subsistencia presente y futura el resto de sus días. El precipitador hizo otra pausa decorosa pero esta vez sin esperar respuesta continuó, casualmente tengo en mi maletín los formularios pertinentes timbre y sello del ministerio de asuntos extraños por si usted tuviera a fin firmarlos como minuta oficial de precontrato, (nadie entendía nada pero como sonaba importante aplaudieron frenéticamente). Así hablaba el precipitador y todos lo oían como quien escucha a un profeta y estaban todos tan impresionados con el señorial sonido de la voz del precipitador (el incluido) que no se percataron de que el silbador hinchaba una gran pompa para luego introducirse en ella, tan impresionados estaban con la voz del “impecable” que no percibieron que el silbador se alejó flotando por el aire.
Durante un tiempo, algunas personas continuaron yendo al lugar en donde el silbador solía exponer sus milagros y al no encontrarlo escuchaban un rato al precipitador, sin embargo poco a poco el número de los concurrentes fue disminuyendo hasta que un día el “impecable” se encontró solo en el parque, entonces el precipitador cerró su maletín y se alejo altivo para intentar apoderarse de otros milagros, del silbador nunca más se supo, aun que hay quienes afirman haberlo visto u oído entre las nubes los días grises en que se prepara tormenta.


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