Cantamos querido amigo. Cantamos,
saltamos y anduvimos por esos caminos del tiempo.
Entonces Montevideo quedaba tan cerca
del corazón como Buenos Aires. Los sueños cruzaban de contrabando
el rio de la plata entre Carmelo y el Tigre sin pasaporte.
Entonces el Uruguay era un mundo al
oriente del mundo donde podía escaparme a vender el viento para
gastarlo en amores que me duraran hasta el final del invierno, y me
quedaba tiempo para enamorar a la “Luna” hasta el agotamiento en
la playa de Salinas al final del verano.
¿Cuantas eternidades han pasado desde
entonces hermano? Quien sabe, solo se que mi verbo te invoca en este
minuto para la santificación del abrazo y la amistad profunda y
eterna que tuvo el privilegio de caminar a tu lado un trayecto de
esta peregrinación obstinada a la que fui condenado.
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