El patio de la casa del abuelo aveces
era el paraíso. Por todas partes florecían frutales y plantas de
todas las clases que en primavera explotaban en todos los colores
imaginables.
Aveces se me figuraba estar en el arca
de Noé rodeado de animales. Otras era un bosque primigenio para ser
explorado.
De pequeño se me hacía una selva
infranqueable. Había de cruzar hasta el fondo por el centro
recorriendo un parrón que se me antojaba interminable, hasta
encontrarse con el árbol de la ciencia del bien y del mal en la
forma de un nogal que flanqueaba el paso, mas allá de este, se
encontraba lo desconocido en donde habitaban los monstruos de la
noche, a no ser claro, que te encontraras jugando a las escondidas
con los primos y primas. Entonces podías perderte para siempre entre
la espesura, y encontrarte a ti mismo con los primeros besos furtivos
al comienzo de las emociones.
Quien sabe cuantas veces he regresado
en sueños al viejo patio sin atreverme a llegar al fondo en donde
habitaba el misterio del génesis y un viejo y enorme columpio que
sabía llegar hasta el cielo.
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