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domingo, 1 de mayo de 2016

Cofre de olvidos


Homero vendía poemas en las esquinas de Acrópolis, a veinte y a veinticinco centavos; odas y sonetos, a treinta y cinco los versos de despedida. Hacía descuentos a solitarios y tristes pero jamás a los enamorados.
Puntualmente a las seis de la tarde, Homero guardaba sus versos en un bolsillo del alma y sus monedas en una bolsita que llevaba colgada al cinto, las que iban marcando el ritmo tintineante al compás de sus regresos del mundo. Entonces peregrinaba al suburbio haciendo recuento de suspiros y blasfemias, e inventariaba palabras gastadas para guardar en su cofre de olvidos.
Un día bajó del Olimpo el mismísimo Zeus, pasó delante del poeta y al oír sus versos no pudo contener la emoción. Sacó un billete de mil exigiendo el cambio por veinte odas de amor y un poema triste.
Homero le dijo- “No se aceptan billetes”, y el dios echó a reír a carcajadas tan potentes que entro en erupción el “Thera” y el “Santorini” al mismo tiempo, acto seguido le dijo al poeta- ven conmigo al Olimpo y te haré un semi-dios, convertiré tus palabras en oro al veinticinco por ciento mas los descuentos del editor- Acto seguido sacó un ábaco de cristales y comenzó a calcular los beneficios.
Calculó el tanto por ciento, la raíz cuadrada, la copa redonda y la hipotenusa elevada a la enésima potencia. Una y otra vez repasó orgulloso sus cuentas buscando la convertibilidad cotizada en rupias, en dracmas y en denarios.

El padre de los dioses tardo tanto tiempo en hacer sus cuentas, que no se percató de que Homero se alejaba silbando bajito al son del tintineante vaivén de su bolsa de centavos, mientras caminaba haciendo su acostumbrado inventario de palabras gastadas para guardar en su cofre de olvidos.

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