El tercer día de la segunda semana del
primer mes: Apareció Virgilio para llevarme al los inviernos.
Bajé arrastrando una cruz de hielo,
cincuenta lengüetas congeladas y un saxofón de cristal.
Pasé temblando por entre los
esqueletos de 1500 clochards que manoteaban el aire intentando
atrapar el aliento de vodka de los borrachos de la noche anterior,
que caía en copos para estrellarse en los adoquines de la explanada
de Beaubourg. En tanto el cuchillo de enero me apuñalaba el alma sin
compasión, amenazando congelar también veinte poemas de olvido que
se escaparon del pecho, entre el humo de un cigarrillo y el recuerdo
del sudor de la última noche que pasé contigo, antes de dar este
salto mortal sobre los Pirineos.
El tercer día de la segunda semana del
primer mes; Se me escapó una lagrima congelada como un diamante al
recordar que olvide despedirme del calor de tu cuerpo, y ahora a
merced de la noche que bajo cero me abraza a la fuerza, no consigo
recordar si lo traje envuelto en la maleta o lo empeñé por un trago
para el perdón de los pecados que pienso seguir cometiendo a tu
nombre.
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