Entonces bajó septiembre por la
avenida. Bajó gritando consignas en contra de los decretos para
enterrar la memoria, las alamedas sin álamos y otras cuestiones
pendientes de la economía contingente.
Te vi pasar entre la muchedumbre con la
sonrisa pintada en la cara y la revolución a la altura de tus
caderas. Me distraje un instante para buscar una bandera contingente,
y me encontré con tus ojos que me arrastraron veloces a la
revolución inmediata.
Saltabas entre la gente y tus
esplendidos pechos saltaban agitándose como dos cócteles molotov
amenazando con incendiar la calle.
Volamos por el espacio de la avenida
entre las cargas policiales y los contenedores ardiendo, hasta que en
un descuido solté tu mano para buscar mi bandera pertinente.
Reaccione al tiempo de ver como te alejabas arrastrada por la marea.
Lloré por el humo de las bombas
lacrimógenas que oscurecían el cielo y el futuro del mundo que huía
por las calles laterales acribillando con mi desdicha las paredes,
el mobiliario urbano y cosas por el estilo. Hasta que me encontró la
noche entre las cenizas de una ciudad solitaria, buscando el
advenimiento de la revolución de tus caderas.
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