Sentados junto a los canales de
Babilonia, los infelices llorábamos a mares recordando Jauja.
Pensé para mi: ¿Como echar mis versos
al aire contaminado de un suelo extraño?
Pasé veloz entre los fantasmas de la
ciudad. Ellos querían que los divirtiera con mi saxofón disfónico
y mi tristeza entonada.
Si yo me olvidara que el mundo tiene
otras tierras; ¡Que se me seque la mano izquierda!
Que se me pegue la lengua al paladar y
que se resequen mis lengüetas gastadas si me olvidara que el sueño
tiene mil rutas.
Antes de salir echando leches de allí,
guardé para el regreso una cruz de cañas, una libreta en blanco y
un bolígrafo en negro, un poco de paja para un pesebre, doscientas
lengüetas gastadas y tres redonditos de ricota que me regaló el
comandante.
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