Marcela quería una caja de música
para la noche buena, su padre llegó tardé de trabajar.
Entonces el hombre se calzó unas alas
y partió bordo de la angustia y se fue apretando unas monedas
cobradas a última hora. Guardó el dinero en un bolsillo del corazón
y se fue volando por la ciudad.
La niña quería una caja de música
que tocara “Para Elisa”, pero las tiendas se sucedían una tras
otra sin dar con la música buscada.
El padre corrió por las calles
atestadas de gente que corría infeliz tratando de alcanzar la
felicidad, se apretujaban, se empujaban a los gritos y nadie podía
siquiera escuchar los villancicos que cantaba un triste Papá Noel y
las cajas de las iluminadas y decoradas tiendas tintineaban
constantemente con su abrir y cerrar hinchadas de dinero.
El hombre agobiado se escapó por un
momento hasta un callejón solitario en donde se dispuso a recuperar
el aliento. Pasó la vista por la pared de la calle solitaria y vio
una puerta dibujada con tiza, sin saber porqué, la empujó y esta
se abrió.
Al entrar se encontró con una vieja
tienda carente de luces y adornos, tras el mostrador halló un
anciano que parecía tener la edad del mundo, el cual le entregó un
paquete envuelto en papel madera mientras le decía- “Aquí esta su
encargo don Abelardo” El padre metió la mano en el bolsillo del
corazón mientras pensaba:
¿Como sabía mi nombre? ¿Como sabe
lo que ando buscando? Pero el anciano lo detuvo diciéndole- “Esta
no es una tienda de regalos, aquí no se vende ni se compra nada,
aquí solo se encuentran los sentimientos de la gente buena que ama
con el corazón” y le devolvió las monedas.
Don Abelardo Se dirigió a la puerta
para salir, pero el anciano dibujo otra puerta en la pared, la abrió
y salió directamente a su casa.
Allí se encontraba la niña, el padre
extendió el regalo, esta lo abrió y de la caja salió una de las
melodías mas bellas que jamás se escucharon, mas abajo con letras
de plata, podía leerse en la caja de música; “Para Marcela”
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