Las calles del mundo son el hogar de
multitud de seres de todos los tipos.
Si vas por ahí con el ojo abierto te
encontrarás con historias de bajezas pero también de grandezas.
Recuerdo especialmente dos episodios
ocurridos en Londres en la misma semana.
El primero ocurrió en una estación de
autobuses. Esperaba el clásico Routemaster de dos pisos para volver
al hostal en el barrio de Camden Town. Veo con el rabillo del ojo
aparecer a un indigente, el tipo me pidió un cigarrillo, como suelo
fumar tabaco para enrollar, le ofrecí el paquete y el papel, el
hombre me dijo que no sabía liar por lo que acabé haciéndole el
cigarrillo. Cuando estoy terminando de liarle el tabaco, veo aparecer
a otro indigente que me pide exactamente lo mismo. Increíblemente,
casi al terminar de liar el segundo, veo que comienza a aparecer un
tercero arrastrando los pies como un zombie de película, por lo que
cerré el paquete y salí huyendo despavorido a la siguiente parada.
Después de una semana desastrosa entre
la lluvia y la indiferencia de los ingleses, decidí volver a París.
Me fui a comprar el billete del autobús para regresar a Francia pero
al pagar, me di cuenta que tenía el dinero justo, por lo que me
quedé sin monedas para pagar el transporte publico hasta el hostal,
en donde si tenía dinero. Intenté vender algún instrumento por la
calle y aún pedir dinero. Después de un rato desistí, consulté el
mapa y me dispuse a caminar los tres kilómetros que separaban el
terminal de buses de mi alojamiento para buscar mis cosas y largarme
de allí.
Al cruzar un paso bajo nivel, veo un
indigente con una flauta y un perro pidiendo monedas, este era lo
opuesto a los de la vez anterior. Sonreía y le hablaba a sus perros,
al encontrar un poco de humanidad, saqué uno de mis saxofones de
caña y me puse a tocar. El tipo sonrió con su boca desdentada y su
aspecto de pirata detrás de una barba rubia y mugrienta y me
pregunto: “ ¿How much does it cost?” le dije el precio por lo
que abrió los ojos como si le hubiera dicho un millón.
El tipo me dijo que me podía dar 3
libras, le contesté, dame lo que tienes en la gorra y trato hecho.
El pirata asintió, le entregue el saxo y después de 5 minutos de
una clase expres, me entregó su recaudación que ascendía a la
friolera de 5 libras y 25 peniques.
Después de abrazarlo y confesarle que
me había salvado, me despedí de el y corrí a tomar el autobús
para recoger mis bártulos y salir huyendo de Inglaterra.