Siempre me han fascinado los “zurdos”,
left handers, canhotos, gaucher o como quiera que se les llame. Esa
gente que escribe imposiblemente su universo desde el lado del
corazón.
Recuerdo haber leído algo de Borges
sobre ese universo paralelo que podemos observar en los espejos,
aunque yo nunca he creído que fuese infranqueable, al contrario,
estoy seguro que existe mas de un portal para traspasarlo.
¿Quien no conoce o tiene un amigo o un
familiar zurdo? De hecho, si nos dejamos llevar por las estadísticas
descubriremos que son aproximadamente 700 millones.
700 millones de invasores que previo
secuestro de nuestros auténticos diestros, han cruzado el umbral de
los mundos para instaurar una avanzadilla en nuestro universo.
Mas de una vez al estar frente al
espejo he desconfiado del viejo que me mira ceñudo y con la cara
embadurnada de crema de afeitar, o que se detiene en su cepillado de
dientes para observarme, y quien sabe; esperar el momento de dar el
cambiazo.
Haciendo un repaso en mi vida, recuerdo
a todos esos zurdos que han compartido este espacio conmigo. Primos,
amigos y hasta mi hija Rocío, la que dibuja de manera espectacular
sus mundos imaginarios. Entonces me pregunto; ¿será que en un
descuido alguien entró por algún espejo de mi casa y me cambió a la
nena? ¿Será que yo mismo he sido cambiado en una época remota?
Pues de niño me he sorprendido jugando a interpretar el mundo desde
la mano siniestra.
Como quiera que fuere. Es mi deber
permanecer atento a los espejos, que no son otra cosa que ventanas a
ese mundo extraño e incomprensible, y esperar a que el viejo zurdo que me
observa en las mañanas cometa un error para echarle en cara su
intromisión a mis universos.
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