Parece que hallé al duende que abrió
la puerta del tiempo.
Me mandó su saludo por el aire a
11.000 kilómetros del recuerdo, después estiró su mano cálida que
cruzó el atlántico a la velocidad de la luz para dar un certero
golpe al olvido.
Parece que hallé al duende que
fisgonea en la infancia.
Me dijo de hacer inventario de sueños,
de viejas historias, de memorias quebradas y cosas por el estilo. De
tomar por asalto la escuela en un “caballito de broce”, de buscar
besos robados en un; “corre el anillo” e incitar a gritar de
jubilo al escuchar la campana.
Parece que hallé al culpable, convicto
y confeso de andar agitando sonrisas, de despertar primaveras
antiguas, de terminar el juego de las escondidas gritando: ¡Libre
por mi y por todos mis compañeros!
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