
El tiempo daba nublado al medio día del día del gran señor de la vida cuando partí por la rue Des Lombardes a buscar su sonrisa.
Me fui apretando un puñado de monedas en la mano mientras me cantaban pajaritos y mariposas en el estomago como cuando era niño.
He de confesar que me llovió un poquito al escucharte al otro lado del mundo, de la vida y de los recuerdos. Pero luego el timbre cálido de tu voz me trajo el sol y pensé sonriendo en el pronóstico del tiempo que daba nublado para el medio día de hoy en París.
Te oí tan fresco que me dispuse a abrazar tus 83 sonrisa, tus 83 primaveras y crudos inviernos, tus 83 suspiros y llantos venciendo a la muerte, y pensé que tal vez la felicidad y la alegría se puedan construir de madera, aunque después terminen crucificando al hijo del carpintero.
Salí apretando con fuerza el puñado de monedas y me fui por ahí a cambiarlas por un poco de sangre convertida en “cavernet sauvignon” para celebrarte a lo largo y ancho del mundo y del día, que sin embargo daba nublado a pesar del sol que me dejaste plantado en el alma.
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