El viejo Pinto me abraza con su sonrisa
antes que pueda contar hacia atrás sus mil ternuras.
Traspasa el tiempo con su mirada serena
y me trae el olor a madera con que solía soñar hace tiempo el hijo
del carpintero.
El viejo Pinto sonríe, y desde sus
ojos antiguos se escapa un secreto que le susurra un rayito de sol
entre el oído y los blancos cabellos y que no alcanzo a descifrar.
Se afirma en su trono de mimbre y se
crece como un gigante gentil y sabio desde el principio del mundo,
cuando el tiempo era nuevo y sus manos le daban la forma entre
serruchos y gubias, que luego formaban montañas de serrín y viruta.
Entonces el hombre exorcizaba el invierno quemando los restos de la
creación, y el humo se elevaba al cielo en holocausto para la
santificación del momento.
El viejo Pinto me abraza y yo celebro
su primavera desde este otoño lejano a las puertas de noviembre, y
me guardo sus ojos y su secreto contado al oído en el corazón,
brindando por su sonrisa y por ese olor a madera con que solía soñar
el hijo del carpintero.