Cuarenta días y cuarenta noches,
cuarenta madrugadas y cuarenta crepúsculos anduve sin mi sombrero de
fieltro. Cuarenta jornadas expuesto a toda clase intemperies, de
maldiciones y contaminaciones celestes y toda suerte de
des-elegancias.
Salí a la ciudad por cuarenta caminos
buscando cuarenta posibles ladrones, buscando cuarenta posibles
cabezas culpables de andar luciendo un sombrero adquirido en París
por cuarenta monedas, para exorcizar el frío de cuarenta diciembres
escarchados en el cielo del mundo.
Cuarenta días anduve bajo las nubes,
bajo las lluvias y las solanas de un otoño tardío temiendo esperar
el frío sin mi sombrero de fieltro y sin esperanzas de hallarlo.
Cuarenta resignaciones me atacaron sin ton ni son hasta que un rincón
oscuro del caos violento de mis aposentos...apareció como el sol mi
sombrero de fieltro.
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