¿Que pensaría el flemático, el
hermético y taciturno monsieur Jack Le Couture el último día de su
vida?
El viejo Jack desde hace años cumplía
el mismo ritual desde que lo abandonara su esposa, sus amigos y sus
sueños.
Se despertaba puntualmente a las 8:00
con su viejo radio-reloj de pilas, miraba por su ventana del segundo
piso de la Rue de La Cure, entraba al lavabo y enjuagaba su rostro.
Hacía unas gárgaras y luego un recuento de nuevas arrugas y canas y
se peinaba concienzudamente. Luego bajaba las escaleras por temor a
los ascensores aunque el de su edificio jamás había fallado.
Monsieur Le Couture caminaba
religiosamente las siete cuadras que lo separaban de la pastelería
por estricta prescripción de su medico, allí cogía un croisant y
dos pastelillos. Luego regresaba caminando por la avenue de Mozart en
dirección a la floristería. Allí nunca compraba nada, tan solo
permanecía un momento admirando los colores y el aroma de esos
herméticos seres silenciosos que le recordaban a si mismo. De ahí
se dirigía al kiosco de periódicos y revistas en donde apenas
pasaba la vista, como queriendo informarse sin enterarse.
Antes de regresar a su casa, doblaba la
esquina de la rue de Y´vette, en donde solía estacionarse un
mendigo. Buscaba en su bolsillo una moneda de cincuenta céntimos
previamente seleccionada y la dejaba caer sin mirar al hombre,
después respiraba aliviado como habiendo deshecho un conjuro y
finalmente subía las escaleras de regreso a su apartamento.
Aquel día Jack se despertó como
siempre, miró por la ventana y notó que algo no marchaba como de
costumbre, revisó su radió reloj por si se hubiesen agotado las
pilas pero no encontró nada inusual en el. Repitíó con celeridad
su ritual del lavabo y se apresuró escaleras abajo dispuesto a
descubrir el misterio que le oprimía el pecho. Al salir a la calle
noto el escaso flujo vehicular matutino, apuró el paso en dirección
a la pastelería mirando extrañado por las cortinas metálicas de
los almacenes y la ausencia de gente. Descubrió con horror que la
pastelería estaba cerrada a cal y canto y corrió desesperado en
dirección a la floristería de todos los días a esa hora
llenaba la acera de flores y plantas,
pero no encontró mas que desolación, la que a estas alturas le
provocaba una sensación de pánico y angustia que disparó su
corazón.
Al llegar a la esquina de la rue de
Y´vatte apretando desesperado en el puño la moneda de cincuenta
céntimos descubrió con angustia que el viejo mendigo no se
encontraba allí
De vuelta en su casa, monsieur Le
Couture cogió el viejo radio-reloj y lo estrello contra la pared
como si este fuera el culpable del repentino desajuste del mundo.
Temblando cerro ventanas y cortina y se quedó tiritando en su
mecedora intentando encontrar una respuesta a sus pesadillas.
Tras unas horas que parecieron eternas,
Jack se acercó arrepentido hasta donde yacía el viejo reloj
destartalado, intentó juntar las piezas como pidiendo perdón al
descuajaringado aparato que reaccionó a intervalos como un
moribundo. Monsieur Couture conectó el radio-reloj a la corriente
con la esperanza de reanimar a su viejo y único compañero, pero el
artefacto seguía en su estado agónico. Esto no hizo mas que
aumentar el nivel de angustia y terror de Jack que buscando una forma
de apaciguarse esparció un montón de fotografías sobre la mesa.
Repasó las imágenes de cuando estaba realmente vivo y se preguntó
como había llegado a ser ermitaño y de como el miedo había llegado
a tomar cuenta de su vida.
Sintió que el corazón le iba a
explotar en el pecho, las lágrimas no dejaban de caer y el hueco en
el pecho se hacía gigante. Jack tambaleando sacó una cuerda del
tendedero y la colgó de una viga en el techo, sudando subió a una silla y
la apartó al tiempo que la radio reloj reaccionaba con las noticias
del día en donde comunicaban el caos producido en la ciudad de París
a causa de la huelga y el repentino cambio de horario.
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