De pronto llegaron los vientos soplando
a cuatro gritos. A cuatro esquinas y a cuatro puntos cardinales, con
todo ese invierno que esquivo no acertaba a darme su estocada con sus
cuatro puñales de hielo.
La lluvia bailaba distante y aun así
olía a sopaipillas, olía a tus ojos cansados y tristes antes de esa
despedida que me partió el corazón.
Salí a buscar tus zapallos convertidos
en calabazas por miedo a que las doce campanadas se llevaran tu
recuerdo y tus manos de alquimista, allá donde las rosas cantan como
violetas.
¿Sabrás que tus niños van por el
mundo blandiendo tu ternura?
¿Sabrás que los vientos que vinieron
del sur me refrescaron los besos?
Habrá que hacer de la lluvia un abrazo
que me dure hasta el final del invierno, en tanto me voy con la
lluvia arrojando poemas al aire para cambiarlos por tus ojos
ausentes.
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