Llovía como siempre o como nunca
cuando abordé el “Routemaster” en Seven Sister Rd.
Me persiguió el fantasma de Lennon y
el verdadero hijo del falso Beatle, que me abordó en Camden Town
para pedirme que le liara un cigarrillo.
Una rubísima groupie hacia una tonta
performance cerca de los anarquistas y punks que repartían comidas
y abrazos entre los desgraciados del weekend, y yo saxofón en mano,
partí a buscar a Bob Dylan (que se hacia llamar Jhonny Walker cuando la sed apretaba la garganta).
Después de la división de los
peniques, vino la multiplicación de los panes y los peces desde una
lata de atún, mas tarde la santificación de la noche del viernes
que amenazaba incendiarme la paciencia entre los gritos de los
vendedores y las sirenas policiales que enrarecían el aire.
Aquella noche perdí el GPS, y no fue
si no a la mañana siguiente que conseguí encontrar la ruta que me
sacara de allí en cuerpo y alma. Hasta que al fin conseguí escapar
con mi sombrero de copa y un agujero en el presupuesto.
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