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martes, 12 de enero de 2016

A tientas



Volví a quedar sin aliento, sin rumbo y sin norte buscando los cinco mil dedos que señalaran por donde seguir. Oí una voz que me dijo- “Bendice a los animales y a los niños”- y vislumbré una boca con una lengua de celuloide larga como la esperanza de los pobres.
Era la noche del séptimo día y estaba oscuro y silencioso cuando pasé escarbando entre los restos de la creación, llevando por lazarillos a una rana y a un búho.
Seguí a tientas la dirección de mi tristeza intentando hilvanar en mi memoria las últimas palabras que me dijiste, o tal ves las que hubiese querido que me dijeras.
Me fui masticando respuestas sin preguntas y mascullando los nombres que me enseñaste a bendecir y a maldecir en tanto algunas lagrimas sin rostro lloraban al difunto de turno.
¿Quien pudiera saber las palabras correctas que me sacaran de allí?

¿Quien pudiera tocarle el culo a la muerte y salir huyendo con una sonrisa?

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