Pasó el verano cargando a degüello
por el Micalet. El sol cenital descargó una lluvia de rayos furiosos
sobre las piedras, y todo ser que se mueve quedó irremediablemente
condenado a esperar el otoño, aquejado de una locura parcial o total
sobre la ciudad del Cid Campeador.
He visto a Marcel Marceau liándose un
“peta”, y a Gardel cantando a los Beatles mientras se derretía
debajo de su sombrero al lado de las estatuas que sudaban a mares.
Los turistas convertidos en camarones,
caminaban penosamente usando sombrillas como bastones, intentando
despegar sus chanclas del suelo ardiente, hasta que pasé yo mismo
buscando mi sombra que huía cruzando el puente de Serranos buscando
los árboles del Turia.
Pasó una gaviota perdida buscando el
mar en dirección a la sierra, y pasó detrás de ella un borracho
buscando la sed perdida en un vaso. Por último pasó un mensaje
buscando una botella para arrojarla al mar de diciembre en donde la
añoranza del verano no sabe o se olvida del fuego de agosto en
Valencia.
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