Ella tocaba el oboe por sobre sus
largas piernas
Tenía la vida eterna debajo de su
pollera
Cargaba entre sus caderas la muerte que
da la vida
Y una virtud escondida en el canal de
sus pechos
Jugó sus cartas marcadas con una tinta
invisible
Haciendo que lo imposible se hiciera
cosa sencilla
Bordando la maravilla con hilos de
circunstancias
Me envolvió con la fragancia que
manaba de su talle
Y después me echó a la calle como
quien dice “hasta pronto”
Y yo mordí el crudo invierno
castañeteando entre dientes
Contando con que al siguiente se
acordara de mis besos
Cargando la piel y los huesos aquella
noche funesta
Perdí la batuta, la orquesta y perdí
hasta las partituras
Perdí el juicio y la cordura por un
oboe y sus piernas.
Y si ella volviera a pasar cargando su
blanca tez
Me arrojaría otra vez al precipicio
que carga
Por ver esas piernas largas debajo de
su vestido
Por escuchar el sonido de un oboe de
madera
Y por apretar sus caderas que pasan por
sobre el mundo.
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