A tres o cuatro tiros de arco, a un
tiro de catapulta y a dos pasos del invierno se divisa un castillo.
Desde mi lugar de vivir y hacia las
puertas del mundo, se ha de cruzar un puente para llegar a mi puesto
de lucha, por donde han cruzado un océano de tiempo las botas de
grandes ejércitos cargados de gloria y de muerte.
Las noches oscuras se escucha ulular al
viento por entre las almenaras del centinela de piedra, y aveces,
cuando la luna enrojecida asoma tímida por entre las nubes, se
pueden oír los gritos de los guerreros que intentan tomar por asalto
la vieja ciudad de “Valentia”.
Alguna noche volviendo a casa con las
dos torres a mis espaldas, he sentido la mirada furiosa de los vigías
del tiempo y he escuchado los cascos de los caballos sobre las
piedras del puente de los serranos, mientras sentía las gotas de
lluvia que pasaban silbando como saetas para invitarme a apurar el
paso de mi regreso del mundo hasta mi lugar de descanso.
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