He visto personas y ocupaciones
extrañas desde mi puesto de vivir, en donde acostumbro a vender
soplidos de viento. Son seres y oficios de la misma arcilla de la que
están hechos los cuenta cuento y los canta-mañanas, aunque estos suelen usar un traje de
“semi-invisibilidad” para el ojo inexperto.
Un día pasó un “Buscandingui”
barriendo la acera con la mirada. Los Buscandinguis son seres
sensibles que ayudan a los chicos a buscar el dinero de la compra
que se les ha extraviado, y a los que sus madres exhortan a recorrer
el camino de vuelta para encontrarlo.
Para invocar a los Buscandinguis, se ha
de repetir tres veces en voz alta la frase; “Mi madre me mata”, y
acto seguido dejar caer una lagrima de angustia sincera.
Otro de estos personajes minúsculos
pero imprescindibles son los “Recordinos”.
Los Recordinos cumplen la función de
ayudarnos a recordar palabras y canciones. Se paran junto al cliente,
le sacan la lengua sin ser detectados, y de la punta de esta, extraen
las melodías o frases que requieren las circunstancias de algún
momento sublime.
No quisiera olvidarme del “Dibuja
sonrisas”, estos profesionales acostumbran susurrar cuestiones
graciosas al oído de algunos desprevenidos viandantes que caminan
absortos por la ciudad. La otra noche vi a uno acercarse a una señora
muy bien vestida y muy seria que cruzaba la calle de los caramelos.
El sinvergüenza dejó caer un chiste picante en la oreja de la
flamante dama, y esta se alejó sonrojada sonriendo mientras la gente
pasaba a su lado en dirección al puente de madera sin comprender.
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