El lunes se reunió el congreso para
anunciar los progresos de las leyes coercitivas.
Habló la directiva de la cámara baja
sobre la baja salarial aprobada en beneficio del crecimiento
económico, y un pulpo decimonónico juró su cargo por explícito
encargo de los representantes del pueblo.
El martes, el mandatario salía en
todos los diarios pidiendo consenso para ajustar el salario neto que
impide el crecimiento bruto y salvaje de los afortunados de siempre.
El miércoles se consumaba un acuerdo
entre el partido constitucionalista y el falangista para evitar el
derroche de optimismo de los progresistas. Se intercambiaban saludos
y votos afines para diversos fines políticos y eventuales fracasos
en caso de fracasar en su intento.
El jueves hubo hubo una tregua pactada
en contra de la bancada morada, celeste y verde que siempre pierde la
paciencia en sus locuciones.
El viernes hubo un descanso legislativo
de acuerdo al año lectivo y al calendario gregoriano.
El sábado hubo sesión extraordinaria
para tratar la crisis agropecuaria y el incremento de los precios
marcados por los mercados que hacían agua en la bolsa.
Finalmente el domingo un profeta
anunció el fin del mundo, y en un suspiro profundo dejé mis
angustias mundanas y ciudadanas en manos del cruel y dulce destino.
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