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miércoles, 27 de agosto de 2014

Desde París








Dos monedas para Caronte

Así fue que bajo al infierno, anduvo un tiempo entre sus hogueras, salió a flote un par de veces, lo suficiente como para besar a la muerte y tomar una bocanada de vida, más la muerte no quiso tomarlo. 
Después bajo a las catacumbas y deambuló por el purgatorio, ahí entre los pedazos de sombras y desechos humanos. Otra vez la siniestra se negó a conducirlo a la morada definitiva.
Aquí estamos, se dijo otra vez resignado, pero esta vez la muerte se acercó un poco más y le toco el hombro para aconsejarlo, y voló, voló alto para alejarse de la barca de Caronte, guardo sus monedas para más adelante y caminó otra vez por la tierra dando pasos seguros.
Al despedirme le di un abrazo, no quise preguntarle hacia donde camina, tal vez ni el mismo lo sepa, como no lo se yo, como no lo sabe nadie. Guardo sus demonios en un bolsillo oculto de su chaqueta junto a sus dos monedas y se fue silbando en un vagón desde la estación de Reuilly-Diderot.















CelebracionesCelebraciones

La lluvia no dejó de seguirme desde que dejé el adorable "chateau" del conde: Salìn. Busque los rincones oscuros del París desgastado para beber la lluvia junto al fantasma de Cortazar que me hablaba arrastrando las "egues". Busqué refugio en un bar para escapar de tus palabras que caían como puñales de hielo sobre mi y amenazaban congelarme la risa. Busqué de una lista de objeciones y exigencias las palabras correctas para remojarlas en el café, y me dispuse a escribirlas en una tostada que me alcanzó un "Cronòpio", que al igual que yo, se encontraba perdido buscando una torre que me encargaste mirar y que nunca encontré, (a no ser un enorme andamio de hierro). luego pensé. algún día se ira la lluvia?, aun que es probable que yo me largue antes de que el fantasma de Julio Cortazar regrese a los callejones oscuros y a las estanterías polvorientas.


La lluvia no dejó de seguirme desde que dejé el adorable "chateau" del conde: Salìn. Busque los rincones oscuros del París desgastado para beber la lluvia junto al fantasma de Cortazar que me hablaba arrastrando las "egues". Busqué refugio en un bar para escapar de tus palabras que caían como puñales de hielo sobre mi y amenazaban congelarme la risa. Busqué de una lista de objeciones y exigencias las palabras correctas para remojarlas en el café, y me dispuse a escribirlas en una tostada que me alcanzó un "Cronòpio", que al igual que yo, se encontraba perdido buscando una torre que me encargaste mirar y que nunca encontré, (a no ser un enorme andamio de hierro). luego pensé. algún día se ira la lluvia?, aun que es probable que yo me largue antes de que el fantasma de Julio Cortazar regrese a los callejones oscuros y a las estanterías polvorientas.






Buscando

Buscando Me vi pasar arrastrando un sarcófago rojo y negro que me regaló un viejo vampiro ya retirado. Crucé el puente en dirección a Notre dame, cargando el cajón y una botella de whisky medio llena medio vacía, oculta en un bolsillo del alma. Miré apenas de reojo a la gitana que bailaba descalza y voluptuosa, pasé de largo intuyendo la mirada celosa y recelosa del jorobado que observaba la escena oculto entre las gárgolas. Me vi arrojarme 100 veces al brazo del Sena que navegaba indiferente a los suplicios humanos. Me pregunté ; "cuanto falta"? para que? dijo mi sombra insolente enumeré un sin fin de posibilidades. _ para llegar/ para comenzar/ para recordar/ para olvidar/ para encontrarme a la vuelta de alguna esquina. "Es que nunca se llega" me respondió. Tan solo se busca, tan solo queda seguir andando hasta el final.







El sombrero de Carlitos

Siguió castigándome la lluvia al tercer día de resucitar, sobre todo después de cruzar Barbès para llegar a Montmartrer, prueba de que para llegar al cielo se debe pasar antes el infierno.
Pasé por entre los colgajos humanos, los zombis y los orcos que supuraba la boca de metro casi sin respirar.
Entonces al salir del infierno, lo escuché silbar un tango bajito,
Carlitos le dije, el zorzal se giró sonriendo para regalarme su sombrero, justo cuando estaba a punto de pedirle prestada su sonrisa, lo vi escapar sorteando los coches, adivinando el parpadear de las luces nocturnas del: Hôtel de ville.

Al fin me quedé pensando si hubiera sido acertado utilizar su sonrisa para encantar a la moza de faroles verdes que me abordó un rato antes, y si no sería conveniente ensillar mi soledad conocida y acostumbrada al fracaso desde que arrastro esta olvidada memoria inflexible.

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