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jueves, 28 de agosto de 2014

El trastorno de los brujos

  






El trastorno de los brujos

La primera experiencia que tuve como constructor fue allá por el año 1985 en el sur de Brasil.
Por aquel entonces me ganaba la vida como músico y complementaba mis ingresos vendiendo algunos instrumentos musicales que fabricaba.
Un día, un amigo (Ángel), me comento que se había comprado un terreno en las afueras de Porto Alegre y quería construir una casa, acto seguido me embarqué en el proyecto con la poca dificultad que suelo tener para meterme en camisas de 11 varas.
Antes que nada, debo hablarles de mi amigo. Ángel es una persona realmente singular, lleva su vida a bordo de una especie de "mística empírica" desarrollada a lo largo de su locura, dice tener linea directa con el altísimo aún que no descarta deidades menores producto del sincretismo religioso afro-brasilero, es decir: ¡está como una cabra!
Paso a contar mi experiencia como"pseudoconstructor".
Llegamos al terreno de Ángel de mañana en un camión con los materiales de construcción, esto era en las afueras de un suburbio de Porto Alegre, el lugar estaba situado en el linde del campo y un barrio popular llamado: Gabataí apenas urbanizado. Descargamos el camión y nos pusimos manos a la obra, no habrían transcurrido 20 minutos y se descargó sobre nosotros algo parecido al diluvio universal por lo que no tuvimos mas remedio que armar una tienda de campaña y refugiarnos mientras pasaba el temporal. Tras unas 2 horas volvimos a la faena pero decidimos cambiar de estrategia y comenzamos la construcción por el techo para evitar la lluvia.
Con el correr de los día, la casa fue tomando forma pero se nos acabó el dinero y las paredes quedaron a una altura de metro y medio. El barrio aquel no era digamos el lugar mas seguro del mundo y se podía entrar a la casa por casi cualquier parte, sin embargo la solución para la seguridad vino de una manera absolutamente inocente.
En algunos momentos del día o de la noche, solíamos hacer una fogata dentro de la casa y yo me había fabricado una "trutruca" que es una especie de trompeta indígena, algunas veces para distendernos, a modo de juego tocábamos y cantábamos a los gritos al rededor de la hoguera. Esto no pasó inadvertido para los vecinos y tratándose de un lugar semi-rural y de estrato humilde, la superstición hizo el resto. Rápidamente corrió la voz de que eramos brujos y jamas nadie se acercó a nuestra casa a no ser para ofrecernos ayuda o comida.

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