Es innegable que el arte culinario es
un arte mayor. El alquimista que maneja sartenes y cacerolas se eleva
algunas veces al rango de poeta mayor al despertarnos el sentido del
gusto y el olfato.
Esta conjunción entre poeta y cociner@
no es nueva, el gran poeta Neruda nos lo anunciaba en su “oda al
caldillo de congrio” en su “oda a las patas frita” y a la
cebolla.
Trescientos cincuenta años antes, el
genial Cervantes nos dejaba sus recetas de “duelos y quebrantos”
y del “requiebro”en el ingenioso hidalgo Don quijote de la
mancha. Yo mismo mas de alguna vez me he desviado en la poesía
descriptiva intentando apuntar la emoción hacia el universo olfativo
y gustativo de ese arte mayor, de esa poesía de cucharones y
cazuelas, de ese arte efímero que nos alimenta mucho mas que el
cuerpo.
Le dedico un guiso a la poeta y
alquimista mayor (mi madre) de aquellos lejanos mediodías del
tiempo, en que me enseñara a transmutar en oro el aroma del comino,
el orégano y el sazón en su punto, que hacen tocarse al corazón y
las papilas gustativas en un canto sublime.
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