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viernes, 24 de octubre de 2014

La oreja de Van Gogh


La oreja de Van Gogh

Historias secretas y misterios absurdos se suceden el la explanada de Beaurbourg, entre la farola y el respiradero.
Desde mi puesto de batalla donde acostumbro a vender soplidos he visto cosas que vosotros no creeríais.
Una tarde mientras un bandoneón desafinado asesinaba un tango, pasó Don Corleone pavoneándose por la plaza, miró de reojo a Van Gogh que dibujaba girasoles invisibles con su mirada lisergica, le dijo- quiero un retrato, acto seguido se sentó muy serio en la sillita de tres patas. Vincent cual prestidigitador comenzó a mover manos y pinceles yendo y viniendo como un acróbata. Transcurrida una eternidad de reloj de bolsillo elaborado en oro macizo, se levantó don Corleone para observar su retrato. Un bufido indescriptible salió de su boca junto con un escupitajo de desprecio, blandiendo una sevillana en su mano le arrancó de un solo tajo una oreja al pintor. Se oyó un solo grito, nadie vio nada, los turistas miraban folletos explicativos, los franceses corrían para alcanzar el último metro, los musulmanes se encontraban mirando a la Meca y los gitanos juntaban firmas para institucionalizar la cándida estupidez de los payos.
Tan solo yo observaba la escena con el ojo sudaka alerta. Tras el dramático des enlace cogí el cartilaginoso pabellón auricular del suelo, lo en volví en un paquete y se lo entregue a Vincent Vangogh para que se lo regalara a su amada y me fui silbando mientras la noche tomaba cuenta de París. Gorriones y cuervos le robaban migajas a las palomas, sonaba una sirena de policía apagando el eco de las pisadas de los últimos transeúntes y el viernes se transformaba lentamente en un sábado.

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