Paraísos
“Amarás al líder por sobre todas
las cosas” rezaba el cartel a la entrada del paraíso en la que
solo había puerta de entrada. La salida era todo el contorno de su
geografía rodeada de alambradas electrificadas y aguas profundas.
Me pregunté: ¿Quien querría escapar
del paraíso? Al igual que el edén bíblico, la entrada estaba
flaqueada por enormes querubes armados con AK47 y mas allá se
apreciaba un enorme huerto de manzanos cada uno provisto de su
serpiente.
Un arco de cemento mostraba una leyenda
escrita en un libro de bronce; “No se permite comer del fruto del
árbol del conocimiento ni del árbol de la vida, disfrutad de la
dulce inocencia bajo pena de muerte pues del paraíso nadie puede
escapar”
La gente que pasaba a mi lado cantaba
alabando a su líder, lucían en sus caras duras sonrisas fijadas con
pequeñas cuerdas desde sus orejas, los veía pasar a mi lado la
vista fija en mis ojos como preguntando; ¿como es vivir allá
afuera? y luego se alejaban suspirando con el infierno.
No había dioses en el curioso edén
aunque si una especie de reencarnación permanente de la figura del
líder en una eterna sucesión dinástica a los que las eternas
canciones enumeraban en maratónicas sesiones de culto a la ceguera y
a la “libertad”
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