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martes, 7 de junio de 2016

Minerva tenía e pelo rojo

Dedico estas palabras a una querida amiga que me indicó el rostro y el verbo de una poetiza casi olvidada en una; larga, estrecha e ingrata faja de tierra, y a Stella Díaz Varín, que me enseño que nadie es poeta en su tierra.


No se si sería muy tarde cuando desde este lado del mundo escuché tu grito perforándome los olvidos, las indiferencias y todas las maldiciones disponibles.
Busqué en un viejo baúl de ingratitudes en donde se guardan palabras gastadas para rescatar un nombre.
Entonces Minerva tenía el pelo rojo y una voz como el trueno, solía salir por la tierra los días de furia a arrojar piedras a Goliat para después naufragar en brazos de Ulises en uno o dos vasos de vino.
Sabía llorar a carcajadas y reír hasta el llanto, sabía escupir a los cielos y encontrar las/ impertinencias pertinentes que tanto hacen falta para buscar las palabras que nunca se encuentran.
No se si sería muy tarde cuando alguien me dijo de hacer inventario de tristezas, de rabietas agudas y de los dones previsibles que esconden las angustias eternas.
Entonces los versos rodaban por las cunetas de los suburbios a intervalos irregulares e impuntuales a cambio de una cerveza. Sabían al desparpajo de cagarse en el mundo con una elegancia altiva y atávica que sobrecoge y espanta.
No se si ya es tarde para matar al silencio que cubre de polvo los suspiros y las antologías, para salir por ahí a pedir cuentas y preguntar a los gritos si acaso los dioses orbitan gigantes rojas.
¿Acaso los cúmulos siderales escupen poemas como gritos cuando paren estrellas?


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