Me desperté con la lluvia y era la una o las dos del insomnio. Prendí la radio y llovían sucesos actuales como noticias añejas, como calamidades inciertas anotadas en números rojos, en fútiles encuestas por las coaliciones políticas que aspiraban al trono gubernamental.
Llovían desgracias a plazo fijo que me asaltaban contante y sonante como la lluvia que caía sin tregua y que amenazaba llevarse los últimos suspiros del verano.
Apagué la radio y eran las tres o las cuatro de la soledad, y el silencio que se esfumaba con la lluvia, con las noticias actuales como desgracias añejas que desaparecieron de pronto en el humo de un cigarrillo. Después arrojé los sucesos, las noticias y las calamidades inciertas al cubo de la basura y me dormí pensando en tus ojos pegados a una ventana, mirando caer la madrugada que caía en gotas constantes y sonantes detrás de mi ventana.
Llovían desgracias a plazo fijo que me asaltaban contante y sonante como la lluvia que caía sin tregua y que amenazaba llevarse los últimos suspiros del verano.
Apagué la radio y eran las tres o las cuatro de la soledad, y el silencio que se esfumaba con la lluvia, con las noticias actuales como desgracias añejas que desaparecieron de pronto en el humo de un cigarrillo. Después arrojé los sucesos, las noticias y las calamidades inciertas al cubo de la basura y me dormí pensando en tus ojos pegados a una ventana, mirando caer la madrugada que caía en gotas constantes y sonantes detrás de mi ventana.
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