Toda gran ciudad tiene lugares en donde converge lo que
arroja la ola. Hombres y mujeres arrastrando cadenas como fantasmas, colgajos
humanos delirantes, babeantes recuerdos de lo que fueron un día.
Toda gran ciudad tiene un portal al purgatorio, una entrada
abierta al averno por donde sale y entra el fracaso, la desilusión. El miedo a
ser y a no ser, lubricado por el alcohol usando como bastón una botella o un
bote de cerveza barata, sonriendo lo que les dura un sorbo de olvido.
Toda gran ciudad tiene su “Golgota” en donde el cordero de
dios es sacrificado en altares de cemento y crucificado entre las farolas para
expiar los pecados del mundo.
Todas las ciudades…..pero ninguna como París.
Allí he visto caballeros con la ilusión y la mirada oxidada,
ninfas ajadas vendiendo sus misterios por una calada. He visto ejércitos de
jorobados suplicando alimento a un costado de Notre dame y viajeros suicidas atrapados,
cortándose las venas con carámbanos de hielo.
Allí he visto el vórtice de la oscuridad girando en un rincón
mal oliente de la ciudad luz, en tanto los turistas atrapaban recuerdos para soñar
a sus regresos.
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