Recuerdo que de pequeño me interesaron los misterios de la
vida y siempre tuve alma de investigador. Uno de los primeros que me dispuse a
aclarar, fue el de Santa Claus.
Mis padres contaban historias sobre el viejo eterno de
barbas que recorría el mundo entregando regalos a los niños.
Debo confesar que al principio me tragué el cuento, pero con
el correr de los años me decidí a descubrir al anciano en plena faena. Me hice
el firme propósito de permanecer despierto la madrugada del 25. Durante 3 años
lo intenté, pero siempre me vencía el sueño por lo que llegué a la conclusión
de que mis padres le ponían un somnífero a la cena de navidad.
La segunda vez que intenté esclarecer aquel misterio fue
años muchos después. Yendo a mi trabajo de madrugada, veo que aparca una
furgoneta, al abrirse las puertas, veo salir un ejército de Santa Claus. Me
llamó la atención la diferencia de tamaños, gordura y largo de sus barbas por
lo que al día siguiente seguí la furgoneta para ver desde donde venían los “Viejos
pascueros”. Tras un complicado recorrido (en el que estoy seguro trataban de
despistarme) llegué a un almacén que tenía un cartel escrito en caracteres
chinos, Estacioné el coche a una distancia prudente y me acerqué a mirar por un
ventanuco.
Lo que vi me dejó sin aliento. De una maquina de clonar iban
saliendo los santas copiados del original, el desastroso resultado se debía
nada mas y nada menos a que la dichosa maquina era de fabricación china. Bajé rápidamente
y me alejé contrariado prometiendo no contar este escabroso descubrimiento. No tanto
por desilusionar a los chicos, sino; por el temor a las represalias que
pudieran emprender contra mi los grandes almacenes que digitan este terrible
engaño.
Si queréis un consejo, tomad la cena con somníferos y
olvidad este asunto, colgad un calcetín en vuestra puerta y esperad a que pase
el día 25.
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