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lunes, 8 de diciembre de 2014

La oscura sed



Entonces tuve que pasar a tientas, a gatas en la oscuridad en algo que parecía una habitación de ciegos. No había interruptores inútiles ni bombillas, grité sus nombres uno a uno para recibir el eco del silencio, tan solo pude oír el ruido de las botellas vacías, sentí sus respiraciones y el ruido de sus gargantas bebiendo para ensancharme la sed y continué manoteando el aire en el templo maldito.
De pronto se encendió la luz de un cigarrillo, entonces pude ver por una fracción de segundo el caos y la confusión. Aquí  y allá una mano acariciando, una boca mordiendo y un pie marcando un ritmo descompasado, lagrimas brotando sin que nadie las viera y una ventana abierta para lanzarse al vacío y seguir muriendo de sed hasta la eternidad.



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