A dos meses de la partida de mi madre me siguen lloviendo los recuerdos de su esplendida humanidad. Ella era una persona muy especial en muchos aspectos, uno de ellos fue su gran capacidad para los negocios.
Recuerdo que de niño la acompañaba a los mercadillos o al barrio árabe de Santiago a comprar ropa u otros artículos que ella luego revendía a crédito. Yo la veía regatear fascinado hasta hacer casi llorar a los "turcos" a quienes siempre les sacaba rebajas brutales.
El truco consistía en minar la paciencia del vendedor permaneciendo pensativa y con cara de desgano, la otra era marcharse y regresar a los pocos minutos y observar el producto como dudando. Finalmente el vendedor agotado, la llamaba y convenían la transacción.
Quien me conozca sabrá lo duro que suelo ser para hacer rebajas vendiendo mis saxos y lo canalla que puedo llegar a ser cuando visito los mercadillos de compra-venta buscando instrumentos para reciclar y vender luego.
Cierto día vi un ukelele en un mercado, estaba entre e chatarra y antigüedades, consulte el precio al dependiente (que era gitano). este me contestó: 15 euros. Siguiendo los pasos de la maestra, me voy y regreso a los 10 minutos y le digo: es caro para una guitarra de juguete a la que además le faltan las cuerdas! nuevamente hago ademán de irme a lo que el tipo me dice con rabia: dame 5 y te lo llevas!
Eso es con respecto a la compra, en caso de la venta la estrategia es diferente, entonces se trata de hacerle sentir al cliente que regatea que casi te arruinas con la transacción aunque le aplicas un descuento que forma parte de un margen que ya tienes contemplado.
Hace poco acá en París me pidió descuento un alemán por dos saxofones, el dinero con el que dijo contar estaba por debajo del margen de negociación, le dije no hay trato, el tipo abrió el monedero, contó hasta la última moneda y me dijo: es todo lo que tengo, me fijé que en el monedero le quedaba un billete de metro, entonces le dije: dame además el boleto y cerramos el trato! y así fue.
El regateo entre " fenicios" (por ponerle un nombre) es un arte estratégico que consiste en hacerle creer al otro que te sientes engañado y estafado cuando en el fondo ambos suelen salir satisfechos de la transacción, yo cada vez que me encuentro en este tipo de situaciones, la veo a mi vieja a mi lado sonriendo satisfecha.