Aquella tarde crucé el Mapocho camino a casa llorando. La
tarde en que la poderosa muerte encendió una lagrima larga como la cordillera,
la tarde en que el “Gato” subió a nacer para siempre arropado por un mar de
gente desde la tierra del fuego al ardiente desierto.
Aquella tarde cruce un 15 de enero temblando y cantando
entre la multitud a la orilla del río, entre guitarras y voces que en la estación
repletaban el anden que conduce a la inmortalidad donde Violetas y Pablos
resuenan infinitos.
Todos juntos cantamos, todos juntos lloramos y todos juntos dijimos;
¡hasta siempre Gato!
No hay comentarios:
Publicar un comentario