Cuando reclamo y declamo un eructo de vísceras, cuando
proclamo mi antipatía a los orgasmos preseleccionados. Cuando reclamo mi afición
al olvido y al anonimato, cuando me vuelvo resaca de un sábado y me voy
arrastrando domingos de resurrección.
Conozco cada silencio de negra y de blanca, las urgencias de
fusas y semifusas, y ni aun así me avergüenzo de ser falible por que mi vocación
es la muerte del universo, del verso y anverso de una existencia falaz, fugaz, efímera
y deliciosa como el olor de las hembras y potente como la explosión de las
supernovas.
Conozco el silencio así como la soledad. ¿Quién puede contar
medio siglo de inanición?
¿Quién puede contar medio siglo de imaginación afiebrada?
Nunca pude saber la distancia de la locura al placer, nunca
pude saber la medida del bien y del mal pero ofrezco mi ineptitud en holocausto
para el perdón de los pecados que pienso seguir cometiendo.
.Conozco la medida de la soberbia pero nunca pude conocer la
de la humildad, esa partícula altiva que los soberbios disfrazan de sabiduría.
Conozco la medida del miedo, pero nunca pude conocer la
medida del infinito deseable e inalcanzable como la frustración, como el amor,
como el dolor y como el olvido.
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