Yo estaba ensillando el viento cuando bajó el Principito buscado
mi voz.
Hablando de voces cascadas bajamos a las cunetas de los
poetas malditos, en donde se cuela el sueño entre las pesadillas sinuosas que
trafican sustancias para engañar a la muerte.
Yo estaba acomodando soplidos en cajas sin etiquetas cuando
el futuro del tiempo me preguntó con su aliento de duende si conocía los versos.
Hablando de puños de acero empaquetados en voces marchitas, subimos
al olimpo de los virtuosos fugaces y eternos que emplazan calaveras anónimas en
tugurios escondidos para exorcizar la mentira y el miedo a “ser o no ser”
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